El jueves 30 de septiembre el Poder Ejecutivo envío al Congreso una iniciativa que será crucial para las alianzas y rupturas que podrían definir el panorama político de los siguientes años. Se trata de la reforma eléctrica que, en síntesis, devuelve a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) el monopolio de la comercialización de la industria eléctrica (que perdió con la reforma energética de 2013).

Esta iniciativa amenaza la continuidad de la alianza llamada Sí por México que conforman el PAN, el PRI y el PRD, puesto que requiere una reforma constitucional, para la cual Morena y sus aliados necesitan dos tercios de los votos en ambas cámaras del Poder Legislativo. Después de las elecciones de junio pasado, la coalición del presidente López Obrador quedó con menos votos en la Cámara de Diputados que en la legislatura anterior, por lo que requiere sumar los de partidos de oposición. AMLO necesita 333 votos de los diputados, pero tiene 277, sumando los de Morena y aliados. Con los 71 votos del PRI alcanzaría el número mágico para que la reforma pase en la cámara baja.

Desde que se conocieron los resultados de las elecciones, el presidente López Obrador anunció que su movimiento se acercaría al PRI para aprobar las reformas constitucionales que considera prioritarias: la de la industria eléctrica, la electoral y la adhesión formal de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.

El PRI deberá tomar una decisión importante que podría definir el futuro del partido e, incluso, el acomodo de fuerzas en los años que vienen. Su primera alternativa es continuar en la alianza PAN-PRI-PRD, cuyo propósito es contener la concentración de poder en López Obrador y su partido. La segunda es plegarse a la voluntad de presidente de la República y volverse una especie de partido satélite de Morena.

Desde luego, ninguna de las opciones es la que los priistas soñaban. Más allá de lo que conviene al país ―cada quien tendrá su opinión―, para el PRI como instituto político no parece muy prometedora la posibilidad de sumarse a las filas del presidente López Obrador. Las rupturas internas en Morena son cada vez más evidentes y entrará en crisis una vez que su líder absoluto deje la presidencia (o durante la selección de candidato presidencial). Los grupos del PRI serían simplemente algunos más de los que lucharán descarnadamente por espacios de poder en un partido poco institucionalizado y sin otra regla que obedecer a AMLO.

La otra alternativa, permanecer con el PAN y el PRD, podría ser más prometedora para el PRI a mediano plazo, puesto que la alianza tiene un carácter más institucional. Se forja a partir de los compromisos que han adquirido los partidos a nivel organizacional y no dependen de la voluntad de un solo hombre, AMLO, el único pilar real de Morena. Desde luego, el obradorismo jugará con el PRI la misma carta que ha usado desde hace tres años: la amenaza de proceder jurídicamente contra un buen número de priistas encumbrados en el gobierno federal y en las administraciones locales en tiempos de Peña Nieto. Muchos daban por muerto al Revolucionario Institucional, pero parte del futuro del país depende de los compromisos políticos que hagan sus integrantes en los próximos meses.

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