Por: Majo Juárez
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Excelencia académica, memorización y disciplina. Durante años, estos tres conceptos han sido la prioridad de la educación. Formamos estudiantes listos para contestar preguntas, hacer tareas y lograr objetivos, pero ¿Qué es lo que pasa cuando se enfrentan a momentos de presión, de autoconocimiento o expresión de emociones? ¿Estamos preparando a nuestros alumnos para esto? Es hora de priorizar un enfoque que no solo busque el rendimiento académico, sino también el bienestar integral de cada niño, promoviendo su desarrollo personal y el reconocimiento de su singularidad como individuo.
¿Qué NO es la educación emocional?
A veces, pensamos que la educación emocional es justificar las acciones de nuestros alumnos, creyendo que son válidas simplemente porque es lo que están sintiendo. Sin embargo, la educación emocional no trata de reaccionar impulsivamente ante nuestras emociones, sino de enseñar a los estudiantes a comprenderlas, reflexionar sobre ellas y responder de manera constructiva. Se trata de reconocer las emociones, pero también de aprender a regularlas y expresarlas de manera adecuada, respetuosa y responsable. No es un permiso para actuar sin límites, sino una herramienta para gestionar las emociones de forma que favorezca su bienestar y el de los demás.
Por último, ¡No lo excluyas!
Es crucial recordar que la educación emocional no es algo excluyente. Así como en la vida no podemos separar nuestras emociones de nuestras acciones, en la escuela tampoco se debe hacer una división entre lo académico y lo emocional. La educación emocional debe formar parte de cada clase, de cada actividad y del propio currículo. Es momento de preparar a los estudiantes para ser individuos completos, capaces de enfrentar tanto los retos académicos como los emocionales. La educación emocional no es un lujo, es una necesidad que debe ser reconocida y adoptada por todos los entornos educativos.