Aunque no podemos prever el futuro, hay elementos suficientes para afirmar que Morena se debilitará después de 2024, sin importar si gana o pierde la Presidencia de la República.

La principal fortaleza de Morena es su líder, Andrés Manuel López Obrador. Morena es un partido creado para las ambiciones políticas de un solo hombre y que sólo puede explicar su éxito gracias a la enorme popularidad del personaje en cuestión. Sin AMLO, Morena se queda desnuda.

Ya hemos visto cómo la popularidad del presidente no se traduce inmediatamente en apoyo al partido. Si bien para junio de este año 61% de la población aprobaba a López Obrador como presidente de México, en las elecciones de este año para diputados federales sólo 39.5% votó por Morena o por las coaliciones que incluían a este partido.

Para los obradoristas, la idea de votar en 2024 por Morena con el objetivo de apoyar a López Obrador tendrá mucho menos peso que en 2021. Ya no será él quien gobierne, sino alguna o alguno de sus aprendices, lo cual ya no resulta tan atractivo.

Además de la disminución en apoyo popular, otro elemento que debilitará a Morena en 2024 será las rupturas internas que inevitablemente habrá en el partido. Los grupos y personajes que AMLO decida favorecer para el próximo proceso electoral se fortalecerán frente al resto, lo que provocará divisiones. Saldrán personajes importantes del partido y otros apoyarán a fuerzas contrarias. El caso más claro ―y tal vez el más delicado para esta organización― es el del líder de los senadores morenistas Ricardo Monreal, que ya amenazó con lanzarse por otra alternativa si no es el candidato de Morena a la presidencia.

En efecto, sabemos que el escenario más probable es que Morena sea un partido político con menos fuerza. Lo que no sabemos es de qué dimensión será el debilitamiento. Desde luego, el factor más importante para definir qué tan fuerte será el golpe es si gana o pierde la Presidencia de la República.

En caso de que Morena pierda en 2024, ya sin el líder todo poderoso al frente, es previsible que se vaya atomizando en grupos de poder enfrentados entre sí, como sucedió con el PRD. Si gana, las posibilidades parecen ser más abiertas, y van desde la construcción de un partido que se sustente en bases institucionales y ya no en el carisma de un líder, hasta la desintegración paulatina por la incapacidad de unificar a los distintos grupos.

¿EL PRI tiene futuro?