Este martes venció el plazo para comprobar los requisitos necesarios para ser candidato o candidata a la presidencia del Partido Acción Nacional (PAN). Los únicos dos que reunieron el diez por ciento necesario de firmas de apoyo de la militancia fueron el actual presidente con licencia Marko Cortés y la ex diputada tlaxcalteca Adriana Dávila.
Todo apunta a que el PAN tendrá la mala suerte de continuar con Marko Cortés como dirigente. Durante su gestión, el PAN ha sido una oposición tímida y mediocre, con resultados electorales medianos el pasado julio. Además, pesan sobre él críticas de malos manejos, como tener capturado el padrón de militantes y haber repartido las diputaciones plurinominales entre quienes controlan dicho padrón, con el único propósito de que apoyaran su candidatura.
La falta de liderazgos fuertes que disputaran la dirigencia del instituto político a Cortés es un síntoma de la debilidad del partido. El único personaje de peso que manifestó intenciones de contender por el cargo fue el gobernador saliente de Querétaro, Francisco Domínguez, que desistió por considerar que no había “condiciones democráticas”.
En el contexto de un gobierno con rasgos autoritarios como el de López Obrador, es sumamente preocupante que el principal partido de oposición esté completamente desorientado. En 2018, el tsunami de Morena arrasó con un sistema de partidos que ya era bien conocido por todos los jugadores. Tres años después, los derrotados ni siquiera han terminado de hacer el recuento de los daños y de lamerse las heridas.
El PAN tiene mucho trabajo por hacer. Necesita desarrollar una agenda política clara y atractiva, más allá de “no ser Morena” y hacer críticas sin estrategia al gobierno en turno. El partido debe urgentemente reconectar con su electorado y aprender a resolver sus diferencias internas.
Marko Cortés no logró nada de lo anterior desde que llegó a la presidencia del PAN en 2018. No hay razones para suponer que será distinto con tres años más en el cargo.
