El sábado 18 de septiembre se llevó a cabo la sexta cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en la Ciudad de México. En este encuentro, México pretendía sentar las bases para recuperar el anhelado liderazgo latinoamericano de hace décadas. El motivo para buscar dicho liderazgo sería mejorar su capacidad de negociación frente a Estados Unidos. Evaluada desde ese ángulo, la reunión fue un rotundo fracaso.
AMLO y Marcelo Ebrard no lograron convocar al menos a un puñado sólido de líderes latinoamericanos para hacer un frente común a las capacidades de injerencia de Estados Unidos en los países de la región. AMLO se quedó solo con sus amigos dictadores: Nicolás Maduro de Venezuela, Miguel Díaz-Canel de Cuba y Daniel Ortega de Nicaragua (representado por su canciller Denis Moncada). El cuadro de los cuatro amigos hubiera sido menos escabroso si se les hubiera sumado, como estaba planeado, el presidente de Argentina Alberto Fernández, pero los malos resultados electorales para la coalición gobernante lo mantuvieron en el Cono Sur. (Habrá mucho que criticar a Fernández, pero Argentina no vive una dictadura, a diferencia Cuba, Nicaragua y Venezuela.)
El presidente de Cuba en México: los motivos de AMLO
Los presidentes Mario Abdo Benítez de Paraguay y Luis Lacalle de Uruguay fueron los más contundentes en su rechazo a las dictaduras de la región. El primero sentenció: “Mi presencia en esta cumbre, en ningún sentido ni circunstancia, representa un reconocimiento al gobierno del señor Nicolás Maduro”. El segundo declaró lo siguiente: “Cuando uno ve que en determinados países no hay una democracia plena… cuando desde el poder se usa el aparato represor para callar las protestas… debemos decir con preocupación que vemos gravemente lo que ocurre en Cuba, Nicaragua y Venezuela”.
Si México pretendía acreditarse como un actor capaz de articular los intereses de la región, se equivocó profundamente. Aliarse con dictadores le ganó descrédito ante el resto de los gobiernos latinoamericanos. Lo mismo pasará con Estados Unidos. Organizarse para negociar con la superpotencia no es, en sí, mala idea (aunque se ha intentado varias veces sin éxito, notoriamente durante la presidencia de Luis Echeverría en los setenta). El error recayó en la estrategia. Aparte de López Obrador y su equipo, ningún mandatario o representante en la cumbre mostró interés en hermanarse con Maduro, Díaz-Canel y Ortega.
La falta de pericia diplomática de López Obrador, Marcelo Ebrard y todos los responsables en la Secretaría de Relaciones Exteriores tendrá consecuencias negativas. El frente de AMLO y sus amigos dictadores no tendrá ningún efecto en la asimetría de poder con Estados Unidos. Sólo tensará las relaciones entre México y el vecino del norte y hará que el resto del mundo y un buen número de mexicanos vean con preocupación las amistades del gobierno morenista. Tal vez esto último no sea tan negativo. Como dice el propio López Obrador, ¡fuera máscaras!