Antes que nada, un poco de contexto al título del artículo. Dune, como película (incluyendo ambas partes, la de 2020 y la que está ahora en cines), había sido denominada por varios directores como una película imposible.

En los años 80’s se le encargó a Jodorowsky, uno de los directores más importantes de la época, el adaptar el libro de Frank Herbert. Cabe resaltar que dicha obra tiene muchos volúmenes, sin embargo, la encomienda era solamente la adaptación de la novela Dune. Después de leer el material madre, revisar y reescribir el guión, Jodorowsky fue con los ejecutivos y les dijo que esta película necesitaba durar, por lo menos, 12 horas para poder representar de manera fiel la historia.

Cabe recalcar que esto sucedió antes de que las películas de “El señor de los anillos” cambiaran la industria del cine. Por este motivo, los productores “lo mandaron a freír espárragos”. No obstante, el trabajo ya había comenzado. Se tenía la fotografía preliminar, así como el casting de varios personajes. Ya existía un gasto importante, por lo cual, la casa productora no podía desechar el proyecto.

Ridley Scott al rescate 

Este director de clásicos, como Alien y Blade Runner, ambas películas de ciencia ficción que tuvieron un tremendo impacto en la cultura popular, tomó el proyecto pero no bajo sus condiciones: grabó más de 7 horas de película. Después de que, de nuevo, los directivos le mentaran la madre, la logró reducir a 3.

Ojalá la historia no terminara ahí. Antes de estrenarse, la productora editó el contenido, convirtiéndo una obra de 12 horas en una duración final de 90 minutos.

El resultado fue lo esperado. Mientras que la película no me parece terrible, sí es bastante olvidable y, para una historia del tamaño de Dune, éste es el pecado más grande.

Es por esto que Dune, I y II, simbolizan un milagro en la manera de producir cine en el que, por fin, las distribuidoras se quitan de en medio y permiten a grandes directores contar grandes historias.

Por: Enrique Marine

@irkahn