Kilmer llevaba consigo una cámara de video cuando ni siquiera existía el celular. Cargado de un archivo que comprende 40 años de grabaciones caseras, el actor ofrece el relato y puesta en escena de su vida y obra (“todavía incompleta”, dice) de la que fue —y sigue siendo— vencedor y derrotado.

 

“Twain lost his river. I lost my river.
He lost his daughters. I lost my brother.
Twain had to go on the road to pay his debts.
I’m on the road to pay my debts”, Val Kilmer

Sin saberlo, Val Kilmer fue el primer gran influencer: “Soy la primera persona que conozco que tenía una videocámara”, confiesa el actor nacido en 1959, en voz de su hijo Jack, narrador del documental Val (2021) estrenado el pasado 6 de agosto en Amazon Prime, donde cuenta, frente a la cámara de los directores Ting Poo y Leo Scott, la historia de “su vida pasada”, para saldar las deudas económicas del presente.

La confesión, lejos de ser bocazas o pretenciosa, es íntima y honesta. No en vano, es Jack Kilmer quien narra las palabras de su padre, porque Val perdió la voz luego de la extracción del cáncer en la garganta que padeció en 2015.

 

“He vivido una vida mágica y capturé gran parte de ella. Lo conservé todo”, dice el actor develando grabaciones caseras y tras bastidores, en las que aparecen unos muy jóvenes Kelly McGillis, Sean Penn y Kevin Bacon; para luego verlo pasearse por el set que compartió con Marlon Brando; hasta la torpe filmación de un altercado con el director John Frankenheimer en 1996, en la que Val dejó la videocasetera encendida porque, cual sujeto del siglo XXI, “necesito un testigo de lo que se está diciendo”.

 

Luego, afirma que escribir su biografía para el documental que lleva su nombre, hace que “la tristeza sea más profunda, porque mi vida está incompleta”. El actor que le puso rostro a Tom “Iceman” Kazanski, en Top Gun (1986); el que estudió la vida, obra y ademanes de Jim Morrison para The Doors (1992) y encarnó a Doc Holliday en Tombstone (1993); el astro en ascenso que en un mismo año hizo Heat y Batman (1995) (rol que acabaría siendo su éxito más comercial y su menos favorito), dice que su vida, aún se sigue escribiendo.

 

Perder es cuestión de método

Ícono, rebelde, genio, son parte de los calificativos de los que se vale el tráiler para provocar a la audiencia. Poco tarda el monólogo en evidenciar (y sostener, gracias al archivo audiovisual) la mirada de un tipo de clase privilegiada y con inclinaciones artísticas, cuya semblanza escapa, por mucho, de la historia feliz que se le suele asociar a la fama: la muerte de su hermano menor, ahogado en un ataque de epilepsia; la infidelidad y avaricia del padre; su propio divorcio durante la grabación de una película poco exitosa y el cáncer de garganta que le quitó la voz, componen la otra cara de una moneda que, la curiosa fanaticada, estará ávida de conocer.

 

El relato fuera (y detrás) de las cámaras de su vida incompleta, muestra al actor en sus inicios en el teatro; la llegada a Hollywood y la dinámica camaleónica que asumía al encarar un nuevo personaje, método que acabó mereciéndole fama —muy a lo Marlon Brando, actor que Kilmer admiró profundamente y con quien trabajó en un fracaso de taquilla— de excéntrico y perfeccionista.

Kilmer lector

“Cuando trabajas para alguien, tu experiencia, tus opiniones, tu alma, de alguna manera, están al servicio del empleador”, insiste al rememorar el curso de su carrera y sus opiniones; hasta que cuenta cómo la llegada a sus manos de una obra de Mark Twain, le hizo entender que ese era el personaje que, después de toda su trayectoria profesional, había nacido para interpretar.

La obra se llamó Citizen Twain y en ella, Val Kilmer interpreta al escritor, a quien define no solo como una de las mentes más brillantes de la literatura estadounidense, sino también, “el primer gran comediante de stand up”. Así, la figura de Twain constituyó su proyecto profesional más ambicioso y el que lo devolvió al teatro, desde donde procuró recaudar los fondos que le permitieran llevar a cabo la película del personaje con el que aspiraba escribir un nuevo clásico de la cinematografía moderna.

 

Además, para Kilmer, las similitudes entre el escritor de Las aventuras de Tom Sawyer y él, son evidentes: “Twain perdió su río, yo perdí mi río; él perdió a sus hijas, yo perdí a mi hermano; Twain tuvo que salir de gira para pagar sus deudas, yo estoy de gira para pagar las mías”.

El documental de casi dos horas de duración, aunque caótico y desordenado, repasa, en paralelo, el pasado y el presente de espacios físicos y familiares, que evidencian la otrora gloria y actual desgaste de un relato que, aunque se siga escribiendo, necesita saldar cuentas, más que con los bancos, con la existencia misma.

Rubén Machaen