Por: Isaías ML

@Pistorey

El show de medio tiempo del Super Bowl LIX nos dejó una presentación que será recordada por su audacia, energía y mensaje. Kendrick Lamar, el primer rapero en encabezar este evento en solitario, llevó su característico estilo narrativo a un escenario que ha sido dominado históricamente por el pop y el rock. 

Sin embargo, como sucede cada año, las críticas no tardaron en llegar, muchas de ellas repitiendo el mismo discurso de siempre: “el peor show de la historia” o “el más aburrido de todos”.

Lamar comenzó su actuación sobre un Buick GNX negro de 1987, un guiño a su infancia y a su último álbum, “GNX”. La puesta en escena fue sobria pero poderosa, enfocándose en la lírica y el mensaje de sus canciones en lugar de fuegos artificiales y coreografías exageradas. Con la presencia inesperada de Samuel L. Jackson y un dueto con SZA, el espectáculo tuvo giros sorpresivos que hicieron del show algo único.

Pero lo más comentado fue su interpretación de “Not Like Us”, una canción que ha sido considerada una respuesta directa a su rivalidad con Drake. Que Lamar haya decidido incluirla en su repertorio de medio tiempo es una declaración de intenciones, un recordatorio de que el hip-hop no es solo música, sino también una cultura con conflictos, posturas y narrativas propias. ¿Fue un momento incómodo para algunos? Probablemente. ¿Fue valiente y digno de análisis? Sin duda.

A pesar de estos elementos innovadores, una parte del público insistió en la misma cantaleta de cada año: “el peor show de la historia”. Es casi un rito anual. No importa si se trata de Beyoncé, The Weeknd, Rihanna o, en este caso, Kendrick Lamar; siempre habrá quienes aseguran que fue aburrido, que no estuvo a la altura o que deberían haber llamado a otro artista. En realidad, estas críticas parecen más una reacción automática que un juicio real sobre la calidad del espectáculo.

Quizá sea momento de aceptar que el Super Bowl no es un concierto diseñado para complacer a todos, sino una plataforma en la que los artistas buscan dejar su huella a su manera. 

Lamar lo hizo con un mensaje contundente, con rap puro y con la valentía de no adaptarse a lo que muchos esperaban. Y eso, más que un show “aburrido”, es un acto de autenticidad en un evento donde lo comercial suele dominar.