El viernes 13 de agosto, arrancó en la Ciudad de México un nuevo proceso de negociación y diálogo entre el gobierno de Venezuela y representantes de la oposición. Ese día firmaron un memorando de entendimiento en el que acordaron el formato del encuentro y los siete puntos de discusión, entre los que destaca un cronograma electoral para elecciones observables (punto impulsado por la oposición) y el levantamiento de sanciones económicas y políticas de otros países (punto impulsado por el régimen de Maduro). En este proceso, México funge como sede del encuentro, Noruega como mediador, mientras Rusia y Países Bajos lo hacen como “acompañantes”.

 


Después del acto protocolario del viernes, las partes se encontraron nuevamente el sábado y el domingo, día en que publicaron un comunicado conjunto a través de la Embajada de Noruega en México, anunciando que sostuvieron “reuniones constructivas”, aunque no ahondaron en el contenido de las mismas. Informaron que reanudarían el intercambio entre el 3 y el 6 de septiembre, sin especificar si México volverá a ser el anfitrión.

 


Más allá del éxito o fracaso del mecanismo, hospedar el diálogo en nuestro país es una decisión del gobierno mexicano que debe evaluarse a la luz de sus propios objetivos y estrategias de política exterior. La vinculación de un país con el exterior responde a sus propios intereses en la arena internacional y a las agendas internas del gobierno y de diversos grupos de interés. En ese sentido, promover y alojar este encuentro entre el chavismo y la oposición venezolana se puede evaluar como acierto o error del gobierno mexicano.

 

¿Nueva estrategia de política exterior?

Con esta acción, México retoma la tradición como promotor y facilitador de diálogo para grupos en conflicto en naciones latinoamericanas. Lo hizo con habilidad diplomática en la década de los ochenta (mediante el Grupo Contadora para promover la pacificación en Centroamérica) y en los noventa al ofrecer espacios que impulsaron el fin de los conflictos armados en Guatemala y El Salvador. Hoy, después de años de limitada participación en ese sentido, México podría estar poniendo los cimientos para recuperar su papel como mediador en la región.

 

Desde el siglo diecinueve, el principal reto y la principal amenaza de política exterior para México ha sido su relación con Estados Unidos. Ésta es, por mucho, su relación más importante. Por tanto, cualquier acto de vinculación de México con el exterior puede interpretarse como un movimiento con miras a balancear, aunque sea ligeramente, la muy desigual correlación de fuerzas que tiene con su vecino. Hospedar el diálogo de Venezuela en la Ciudad de México podría estar motivado por esta lógica. Hay razones para suponerlo, sobre todo si se hila este hecho con el discurso del presidente López Obrador en la XXI Reunión de Cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), de la que Estados Unidos no es miembro.

 

En el discurso que pronunció el presidente el 24 de julio en el alcázar del Castillo de Chapultepec, el mensaje principal fue la promoción de la integración latinoamericana para hacer frente al predominio de Estados Unidos en la región. Según la interpretación de Natalia Saltalamacchia, hay otro mensaje importante que debe leerse en el marco de la disputa China-Estados Unidos por el liderazgo internacional. En esta idea, el presidente López Obrador estaría proponiendo una relación cooperativa de América Latina con Estados Unidos. A cambio de respetar la autonomía de los países latinoamericanos, “Washington podría obtener una colaboración que dificultaría el avance de China en la región”.

 


 

Es posible, y hasta deseable, que el esfuerzo de México para que el diálogo de Venezuela ocurriera en nuestro país sea parte del lanzamiento de una nueva estrategia de política exterior. México ha mostrado algunas intenciones de recuperar el liderazgo que ejerció hace décadas en América Latina. Volver a acreditarse como un facilitador de diálogo y promotor de la paz sería un paso bien dado en ese sentido. Sin embargo, ese hecho no sería suficiente. Queda un largo camino para consolidar un liderazgo regional que, efectivamente, aumente la capacidad de negociación de México frente a Estados Unidos. La tarea es sin duda difícil, pero, en caso de lograrlo, podría ser uno de los escasos aciertos relevantes del sexenio de López Obrador.