Por: Isaías ML

@pistorey

A pesar de los avances en igualdad de género y la creciente visibilidad de las mujeres en posiciones de poder, el uso de la palabra “presidenta” sigue siendo motivo de controversia para algunos sectores de la sociedad. 

Aunque este término está plenamente reconocido por la Real Academia Española (RAE) y cuenta con fundamentos lingüísticos sólidos, todavía hay quienes insisten en utilizar exclusivamente “presidente”, incluso cuando se refieren a mujeres que ocupan ese cargo.

¿Por qué resulta tan difícil decir “presidenta”?

El argumento más común de quienes rechazan el término “presidenta” se basa en un supuesto uso neutro de “presidente”, afirmando que este no tiene género. Sin embargo, la lengua española, rica en flexión gramatical, permite y fomenta la concordancia de género en los sustantivos, especialmente cuando se trata de oficios o cargos ocupados por mujeres. En este caso, “presidenta” es la forma femenina natural y lógica.

La RAE, aunque ha tenido posturas polémicas respecto a temas de lenguaje inclusivo, ha dejado claro que ambas formas son correctas, pero “presidenta” es preferible cuando se habla de una mujer. 

La Academia señala que la palabra sigue el mismo patrón de otras como “estudiante” (masculino y femenino) y “gerente”, que al feminizarse pueden convertirse en “estudianta” o “gerenta” dependiendo del uso y evolución lingüística.

El peso cultural detrás de la resistencia

Más allá de las reglas lingüísticas, el rechazo al término “presidenta” revela un problema cultural más profundo. El lenguaje refleja y moldea nuestra percepción del mundo, y el uso de palabras masculinas para referirse a cargos importantes perpetúa la idea de que el poder está inherentemente asociado al género masculino.

Por esta razón, la resistencia a decir “presidenta” no es una simple cuestión lingüística, sino una expresión del arraigo de viejos paradigmas que asocian liderazgo y autoridad exclusivamente con los hombres. Cambiar la palabra no es solo un tema de corrección gramatical; implica aceptar que las mujeres tienen el mismo derecho a ocupar esos espacios y ser reconocidas por ello.

La importancia de nombrar correctamente

Decir “presidenta” no es solo una cuestión de gramática o preferencia personal, sino de justicia y reconocimiento. Nombrar correctamente a las mujeres en sus cargos no es una concesión, sino un derecho. Las palabras tienen un impacto profundo en cómo entendemos y valoramos el mundo que nos rodea, y utilizar términos inclusivos y acordes al género no es una “exageración”, sino un paso hacia una sociedad más igualitaria.

Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto trabajo decir “presidenta”? Quizá la respuesta no está en el lenguaje, sino en nuestra resistencia al cambio. Afortunadamente, cada vez más personas comprenden que el lenguaje es una herramienta poderosa para construir realidades más justas. 

Así que la próxima vez que hablemos de una mujer al mando, no dudemos: es presidenta, y es hora de decirlo con orgullo.