El mito patriarcal de “necesitar ser amada por un hombre” y cómo liberarnos de él

Desde niñas, a muchas mujeres se nos ha enseñado que nuestra historia no está completa sin un hombre que nos ame. Princesas rescatadas, finales felices con boda, canciones sobre “la media naranja”… La narrativa es tan repetida que parece natural. Pero no lo es. Esta idea ha sido cultivada durante siglos como parte de una estructura social más grande: el patriarcado.

¿Cómo se construyó esta necesidad?

El patriarcado, como sistema que concentra el poder económico, político y simbólico en manos de los hombres. ha utilizado la noción del amor heterosexual como herramienta de control. Desde una perspectiva sociológica feminista, autoras como Simone de Beauvoir y Silvia Federici explican que este mito no es inocente: ha servido para mantener a las mujeres en roles dependientes, tanto económica como emocionalmente.

En la Edad Media, el matrimonio era una transacción económica y política. El amor romántico apenas importaba; lo que contaba era la propiedad y el linaje. Más tarde, con el auge del romanticismo en el siglo XIX, el amor heterosexual pasó a presentarse como destino inevitable de la mujer, un mecanismo cultural que disfrazaba de “elección” lo que en realidad era una expectativa social obligatoria.

La difusión cultural del mito

Desde los altares hasta las pantallas, la idea de que una mujer “buena” es aquella que ama y sirve a un hombre se ha repetido como un eco que atraviesa generaciones. La religión la dibujó como esposa devota y madre abnegada, capaz de sacrificarse en silencio porque ese era su lugar “natural”. La literatura y el cine siguieron el guion: desde las heroínas contenidas de Jane Austen hasta las princesas de Disney, el premio siempre es el mismo, un hombre que la elige.

En la publicidad y los medios, la felicidad femenina se vende envuelta en anillos de compromiso, perfumes “para enamorarlo” y recetas para “mantenerlo interesado”. Y en la educación invisible del día a día, las frases de la abuela y los consejos de la tía insisten: mejor ser querida que descubrir quién eres. Así, casi sin darnos cuenta, aprendemos que ser elegidas importa más que elegirnos a nosotras mismas.

El costo de creerlo

Cuando el valor propio se mide por la aprobación masculina, las mujeres pueden caer en relaciones dañinas, ceder su autonomía o postergar sus proyectos personales. A nivel social, se refuerza la desigualdad: mientras los hombres son educados para lograr, las mujeres son educadas para “ser queridas”.

Cómo desmontar esta narrativa

Romper con este mito empieza por mirar atrás y reconocer su origen: entender que la idea de “necesitar” el amor de un hombre no nació con nosotras, sino que fue cuidadosamente construida a lo largo de la historia para moldear nuestro papel en el mundo. A partir de ahí, se abre el camino hacia un amor propio radical, uno que no se tambalee si nadie nos valida, que se sostenga en la certeza de nuestro propio valor.

También implica ampliar la mirada: nutrir redes de amistad, comunidad y familia elegida que nos recuerden que hay muchas formas de amor que no pasan por el romance. Buscar y crear historias donde las mujeres se eligen primero a sí mismas, para que las nuevas generaciones crezcan viendo finales diferentes. Y, sobre todo, abrazar una educación feminista que nos invite a cuestionar la cultura amorosa dominante y a reescribirla con nuestras propias reglas.

No se trata de negar el amor de pareja, sino de desmontar la idea de que es el centro de la vida y que, sin él, estamos incompletas. El feminismo nos recuerda que el amor puede ser elección, no obligación. Y que la narrativa más poderosa es aquella en la que la protagonista se pertenece primero a sí misma.