Por: Isaías ML

@Pistorey

Se acerca el Super Bowl, ese gran espectáculo que marca la cúspide de la temporada del futbol americano y que, año con año, monopoliza la atención de millones de personas alrededor del mundo. 

Pero, con su llegada también resurge una curiosa subcultura: la de los fanáticos que no solo disfrutan el juego, sino que, además, parecen elevar su autoestima al considerarse parte de una élite intelectual por “entender” un deporte que muchos tachan de aburrido, lento y exageradamente fragmentado.

Es inevitable escuchar los argumentos de estos entusiastas que insisten en que el futbol americano no es para cualquiera, que es un “ajedrez físico” y que quienes no lo aprecian simplemente no tienen la capacidad de procesar su complejidad estratégica. 

Y sí, es cierto que el juego tiene una estructura cargada de tácticas y decisiones que pueden pasar desapercibidas para el espectador casual. Sin embargo, es igual de válido preguntarse: ¿realmente esta aparente sofisticación convierte al futbol americano en un deporte superior o es simplemente un intento de justificar lo que, para muchos, es un espectáculo que pasa más tiempo detenido que en acción?

Porque seamos honestos: el futbol americano, en su esencia, es un deporte que avanza a trompicones. Una jugada de 10 segundos, una pausa de 40, una serie de comerciales, y luego todo vuelve a empezar. Este ritmo —o la falta de él— puede ser exasperante para quienes están acostumbrados a deportes con flujo continuo, como el futbol, el basquetbol o incluso, el tenis. 

Pero lo más interesante es cómo sus defensores se apoyan en esta estructura para argumentar su supuesto “intelecto superior.”

Es un fenómeno fascinante: el fanático promedio del futbol americano no solo quiere que aprecies su deporte, sino que además reconozcas que verlo implica un esfuerzo cognitivo que otros deportes no exigen. Desde las jugadas ensayadas hasta el manejo del reloj, cada segundo está diseñado para demostrar que lo que ocurre en el campo es una suerte de ciencia que, aparentemente, pocos pueden comprender. Sin embargo, este argumento parece más una construcción social que una verdad absoluta.

Después de todo, cualquier deporte puede considerarse estratégico si se analiza a profundidad. ¿O acaso no hay ciencia en los movimientos del ajedrez que implica el beisbol, en los sistemas de rotación del basquetbol o en los cambios de ritmo del ciclismo? La diferencia radica, quizás, en que los fanáticos del futbol americano han sabido envolver su deporte en un halo de exclusividad que lo eleva a una categoría distinta.

Al final del día, el Super Bowl no necesita estas pretensiones intelectuales para ser lo que es: un espectáculo cultural de dimensiones colosales. Más allá del juego, es un evento que reúne a familias, amigos y a millones de espectadores que buscan algo más que una lección de estrategia. 

La gente no solo sintoniza para ver a Patrick Mahomes lanzar pases imposibles o a los equipos buscar una victoria en los últimos segundos. Sintonizan por los comerciales, por el show de medio tiempo, por la experiencia en su totalidad.

Entonces, si eres de esos fanáticos que consideran que el futbol americano está “a otro nivel” y que mirar el Super Bowl te posiciona como una mente brillante, tal vez sea momento de relajarse un poco. No todo tiene que ser una lucha por demostrar quién es más culto o más inteligente. 

A veces, ver un deporte es solo eso: disfrutar un buen espectáculo, ya sea con una cerveza en mano o una mirada crítica. Y si alguien se atreve a decirte que el futbol americano es aburrido porque pasa “todo el tiempo detenido,” simplemente sonríe. Al final, todos estamos aquí por el show, ¿no?