Amante del jazz y del mobiliario antiguo, el baterista de los Rolling Stones falleció a los 80 años. Le sobrevive el vasto legado de la banda; dos anécdotas de muerte casi segura, y la fama de ser el “Stone” más taciturno y mejor vestido.
Cuando Charlie Watts anunció a principios de agosto que no participaría en la gira de los Rolling Stones de este año, porque se estaba recuperando de un procedimiento médico, tanto la crítica como la fanaticada pensaron que, reposo de por medio, habría Charlie para rato. Pero no.
Baterista de los Rolling Stones, su nombre está íntimamente ligado no solo al Rock & Roll, sino a la leyenda que él y su agrupación representan en el imaginario popular. Sin embargo, sus inicios en el mundo de la música estuvieron lejos de este género.
El pensamiento y armonía del entonces joven Watts iba más en clave de swing y bebop, por lo que en 1962, se unió a Blues Incorporated, agrupación de moda de la escena del blues británico en la que, poco después, conoció a Brian Jones (1942-1969) y a sus amigos, Mick Jagger y Keith Richards, con quienes poco después formaría a la agrupación, hoy legendaria, cuya fuerza musical y lírica les mereció el nombre de “sus majestades satánicas”.
Aunque Watts se veía a sí mismo como un tipo que cambiaba de opinión con frecuencia, el resto de la banda lo calificó, constantemente, como el líder de la misma, por su carácter sereno y bonachón, tan distinto (en sus años de juventud) al del resto de los integrantes de los Stones.
En una de sus últimas entrevistas para la New Musical Express (NME), Watts habló del futuro de la banda y de su carrera. Cuando se le preguntó por un posible retiro, afirmó que “no habría retiro, mas si varias pausas”. Su palabra vaya por delante, maestro.