Las tragedias y las crisis no son ajenas a Haití. Terremotos, hambruna, inseguridad y autoritarismo han marcado la historia del país caribeño. Este año, en tan sólo unas semanas, Haití recibió dos duros golpes que, nuevamente, comprometen su futuro: uno a manos de la política y otro a manos de la naturaleza. En la madrugada del 7 de julio, un grupo de sicarios asesinó al presidente Jovenel Moïse en su residencia. Poco después de un mes, el 14 de julio, un terremoto de 7.2 grados azotó el territorio haitiano y ahora la tormenta tropical Grace no da tregua en el sur del país.

 

Asesinato de Jovenel Moïse

Sicarios con chalecos falsos de la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA) entraron con facilidad a la casa del hasta entonces presidente de Haití, burlando al pequeño grupo de seguridad que lo custodiaba, que estaba conformado por una docena de agentes con escasa preparación profesional, según algunos reportes. Se dirigieron a la habitación en la que Moïse y su esposa descansaban; abrieron fuego y terminaron con la vida del mandatario con una bala en la frente, dos en el pecho, tres en la cadera y una más en el abdomen. Su esposa resultó herida, pero sobrevivió.

En el transcurso de los días siguientes, se informa de la detención de cuarenta y cuatro personas presuntamente implicadas, incluyendo al jefe de seguridad del Moïse, doce policías haitianos, dieciocho colombianos (muchos de ellos ex militares de su país) y dos estadounidenses de origen haitiano. Adicionalmente, la policía busca a una ex juez de la Suprema Corte de Justicia de Haití, un ex senador y varios empresarios.

En medio de disputas, trece días después del asesinato, se instala un nuevo gobierno y asume la presidencia interina Ariel Henry, a quien Moïse había nombrado primer ministro dos días antes de su muerte. Los partidos de oposición afirman que su designación se explica por el respaldo intervencionista de un grupo de países liderado por Estados Unidos, del que formarían parte Alemania, Brasil, Canadá, España y Francia.

 

Terremoto

Haití se encuentra en la intersección de dos placas tectónicas (la de Norteamérica y la del Caribe), lo que explica que sea víctima constante de terremotos. En esta ocasión, lo que ocasionó el desastre fue el deslizamiento de la falla de Enriquillo y que el epicentro del sismo fue muy cerca de la superficie, a sólo ocho kilómetros.

Además de las características del terremoto, la enorme mayoría de las construcciones de Haití no están hechas para resistir fuertes movimientos de la tierra, a diferencia de las edificaciones de otros países ubicados en zonas sísmicas, como Japón. El resultado de esta combinación fue devastador. Con 2,189 víctimas mortales reportadas hasta el miércoles, este terremoto ya es el segundo más letal en América Latina en los últimos veinticinco años. El primero ocurrió también en Haití, en 2010, y cobró más de tres mil víctimas. El número de heridos del reciente sismo rebasa las doce mil personas heridas y las cincuenta mil viviendas destruidas, además de un aproximado de trescientas personas desaparecidas.

 

¿Qué sigue?

El porvenir no será fácil para Haití; nunca lo ha sido. Las crisis del magnicidio y del sismo se suman a la pandemia y la falta de vacunas, bandas criminales que controlan zonas completas del país y un nivel de pobreza que tiene a 60% de la población sobreviviendo con menos de un dólar al día.

El desafío no es sólo para los haitianos, sino para la comunidad internacional. Hoy, se cuenta con las lecciones de la atropellada experiencia de asistencia humanitaria que siguió al sismo de 2010 en esta nación caribeña. Hubo escasa coordinación entre los actores que ofrecieron ayuda, lo que se tradujo en esfuerzos aislados de países y organizaciones que no se respondían a un proyecto articulado. Alrededor de nueve mil millones de dólares llegaron al país en esa ocasión, sin convertirse en una plataforma de desarrollo para Haití. Otra lección que tomar de la experiencia de hace una década es la limitada planificación y observación de cómo se ejercieron los recursos, pues hay numerosas acusaciones de corrupción y desvío.

México podría desempeñar un papel relevante en los procesos de asistencia humanitaria para Haití. Una de sus aportaciones podría ser la coordinación de los esfuerzos de los países latinoamericanos y caribeños, lo que le contribuiría a construir el liderazgo en la región al que aspira el gobierno de López Obrador. Haití podría ser un aliado estratégico para avanzar temas que para México son prioritarios. Baste mencionar que, aunque en mucho menor medida, Haití también es un país de trasiego de droga hacia Estados Unidos y que, al igual que los cárteles mexicanos, los grupos criminales haitianos trabajan con armas que provienen del poderoso vecino común.