Y luego me preguntan por qué soy así

Por Mario Spindola

Era la década de los 90’s cuando tener un Game Boy definía tu clase social o que lo conseguiste en la fayuca las niñas alimentaban a un tamagotchi, nosotros coleccionábamos tazos, tomábamos agua de la llave y jugábamos en la calle. ¡Eso era infancia carajo!

 En ese entonces tenía 10 años y sí, ya sé, ya ahora estoy por cumplir 45 años.

Después de cuatro décadas he tenido muchos cambios. Evidentemente ya no tomo agua de la llave, no juego con videojuegos y tampoco tengo tazos, pero hay algunos hábitos que no han cambiado. Actualmente, mientras me baño y se calienta el agua, dejo una cubeta para no desperdiciar. Recuerdo que esto lo hacía mi mamá y me explicaba la importancia de cuidar el agua. Nosotros vivíamos en un barrio de la Ciudad de México, ahí encontrabas los estanquillos, mercados y todos los personajes con sus modismos y formas violentas. Mi niñez pasó ahí donde, literal, el más fuerte es el que sobrevive. Si ustedes viven en un barrio saben, que para sobrevivir hay que adoptarse a las normas, formas de hablar y costumbres del mismo. Sin embargo, en mi casa me enseñaron lo que más adelante marcaría una diferencia en mi futuro, dos palabras que me abrieron otras oportunidades de crecimiento y fueron “por favor” y “gracias” estas dos palabras me diferenciaron en comparación de los niños de mi infancia.

Estos hábitos se arraigaron en mí, no por casualidad sino es gracias al llamado Aprendizaje Vicario teoría creada por Albert Bandura psicólogo E.U. Él menciona que el proceso cognitivo en la educación va más allá que simplemente golpear a un niño o castigarlo para que entienda, sino que el niño observa a los padres y adopta su personalidad. Hace un proceso de imaginación y expectativas, en donde el niño hace un juicio y se da cuenta de las consecuencias de sus actos, de este modo el niño se hace consiente de lo que le conviene y cómo se define ante él mismo y los demás.

Se dice que la sociedad es el reflejo de las familias y la familia es el reflejo de los padres y si estos no están conscientes de que sus acciones serán imitadas por sus hijos, podemos desarrollar una sociedad muerta en valores, o peor a, dejar que sea la televisión e internet los que eduquen a nuestros hijos.