Por: Omar E.M.

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En un país con una historia marcada por la lucha por la igualdad y los derechos sociales, tener a la primera presidenta tras 200 años de independencia representa un cambio profundo en la estructura política y social de México. Este evento no solo marca un avance significativo para las mujeres, sino que también plantea interrogantes sobre el futuro del país y los retos que implica la llegada de una mujer al más alto cargo de poder.

La llegada de una mujer a la presidencia en México es el resultado de décadas de lucha feminista y movimientos por la igualdad de género. Este hecho no puede analizarse sin reconocer que las mujeres en México han sido tradicionalmente marginadas en el ámbito político. 

A lo largo de la historia, hemos visto cómo las figuras femeninas fueron relegadas a roles secundarios o decorativos dentro del poder, con pocas excepciones. Además de ser completamente aludidas o poco mencionadas a tal grado de ser parte irrelevante de la historia, acreditando todos los descubrimientos, hechos importantes y actos de valentía solo al género masculino. 

Que una mujer rompa el “techo de cristal” en el ámbito político mexicano significa más que una simple victoria electoral. Es un triunfo simbólico sobre siglos de exclusión sistemática y una reivindicación de las capacidades y el liderazgo femenino.

Se trata de un mensaje claro: las mujeres ya no solo son una minoría a la que se le permite participar en los procesos democráticos, sino que son agentes de cambio con el poder de dirigir proyectos, investigaciones, hechos históricos o en este caso una nación completa. 

Sin embargo, la presidencia de una mujer trae consigo grandes expectativas y, en algunos casos, un escrutinio mucho más riguroso que el que se aplicaría a un hombre en la misma posición. Existe un temor latente de que las críticas hacia su gobierno estén teñidas de misoginia, y que cualquier error se use para cuestionar no solo sus capacidades, sino la legitimidad de las mujeres en puestos de poder.

Esto plantea un reto; demostrar que el género no es una limitante para ejercer el poder de manera efectiva, y que los prejuicios que aún persisten en una sociedad patriarcal deben ser desafiados constantemente. Siendo conscientes de que tanto hombres como mujeres somos iguales, es importante seguir bajo esta normativa y solamente juzgar los actos de la nueva presidencia sobre los hechos y acontecimientos que ocurran y no por el género.

Al mismo tiempo, es vital que no se espere de ella la solución mágica a todos los problemas históricos de desigualdad, ni de los errores cometidos a lo largo de la historia en México. La primera presidenta debe ser evaluada por su trabajo, no por su género, aunque claramente su mandato traerá un cambio en la percepción del liderazgo femenino.

La presidencia de una mujer también podría influir profundamente en la cultura y el tejido social del país.  Como bien lo mencionó la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo en su toma de protesta del pasado primero de octubre, “No llego sola, llegamos todas”. Esto quiere decir que no solamente se le abre paso a ella misma para poder ser la tercera presidenta en América Latina, sino que, además, tener a una mujer en la posición más alta de poder envía un mensaje claro sobre la importancia de la igualdad y el respeto hacia las mujeres en todos los ámbitos. Las niñas que crecen en este México verán en su presidenta una referencia de lo que pueden lograr, desafiando los roles tradicionales de género que a menudo las limitan.

La primera presidenta de México abre un panorama a todas las mujeres y niñas de la nación, soñar en grande no cuesta nada y menos ahora que “es tiempo de mujeres”. La nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, promete no solo enaltecer y dar a conocer su voz alrededor del mundo, promete que aquí, en su nación, se reconozcan los derechos de todas y todos los mexicanos por igual, sin distinción, sin desigualdad, sin privilegios de solo unos como en el pasado. 

Es tiempo de ver hacia el futuro, este fenómeno abre la puerta a una mayor diversidad en la toma de decisiones, ya que la inclusión de mujeres en la política tiende a ampliar las perspectivas y enfoques sobre los problemas sociales. 

No se trata solo de tener más mujeres en el poder, sino de cómo estas mujeres aportan nuevas formas de ver el mundo y de liderar.