Por Arantza de Bergia

Por azares del destino y la magia de los algoritmos, me encontré en la infinita y enredada tierra del Internet una frase que se inmiscuyó en mi cerebro. Desde ese momento no dejo de darle vueltas al asunto: los pueblos originarios, a pesar de la constante violencia que viven y han vivido poco más de cinco siglos, son los responsables de cuidar el 80% de las reservas naturales en todo el mundo.

Yo nací y he vivido toda mi vida en la Ciudad de México, por lo que la lucha de los pueblos indígenas era para mí totalmente ajena. Como mujer blanca, no tengo ni la más remota idea de lo que implica ser una persona indígena y tener que defender mi cultura, mi lengua, mis tierras y mi integridad del Estado mexicano, que se ensaña en sofocar hasta la muerte a los pueblos originarios mientras anuncia, regodeándose, que somos un pueblo mestizo, la raza de bronce. 

La lucha y la responsabilidad son comunitarias

No, no son “nuestros” pueblos indígenas, ni es “nuestra cultura”, pero su lucha sí es, ineludiblemente, responsabilidad nuestra. 

¿Qué se hace cuando no conoces prácticamente nada del problema, estás totalmente alejada del meollo, y de hecho formas parte de la clase que oprime y saquea? Mi primera respuesta tentativa (e intuitiva) es callar, escuchar y emprender las acciones necesarias para (intentar) ya no ser parte del problema. 

Precisamente eso intento. Comencé a investigar más sobre la relación entre los pueblos indígenas y la protección del medio ambiente. A los pocos minutos de comenzar, caí en la cuenta de que el panorama es tristísimo.

Empecemos con nuestra lastimada tierra, México. En 2018 asesinaron a 21 defensores de la naturaleza y en 2019, a 13; a principios de 2020, Homero Gómez González, protector de la mariposa monarca, fue asesinado y su cuerpo se encontró en una olla de agua para uso agrícola a escasos metros de donde fue visto por última vez. 

En la última década han asesinado a 15 defensores del medio ambiente rarámuris y la violencia no para ahí: el 99% del bosque original de la Sierra Tarahumara ha sido talado. Desde la llegada de los españoles hasta la opresión y corrupción del Estado mexicano, las comunidades indígenas han tenido que buscar y crear nuevas formas de preservar, tanto a ellos mismos como a lo que les rodea.

Aunque pudiera parecer obvio, la relación entre el cuidado de áreas naturales y los pueblos indígenas va más allá del sólo hecho de protegerse de las grandes estructuras que los oprimen y violentan; es mucho más profunda, ancestral y menos dolorosa.

Lo que debemos aprender de los pueblos originarios

Sin intención de generalizar, y por lo que comprendo hasta ahora, es que la cosmovisión de los pueblos indígenas entiende a la Tierra como la madre, la fuente de vida; es aquello que los centra, los sitúa y los conecta con su pasado, su presente y su futuro. 

De esta manera, son capaces de comprender cabalmente (no como nosotros, que medio ahí fingimos que sí, pero claramente no) que todo, absolutamente todo, está conectado y es parte de un proceso. 

Esto también incluye al mundo espiritual, que se entreteje con nuestra realidad, por lo que todo en la naturaleza está empapado de un significado sagrado. “Podríamos decir que la parte medular de la cosmovisión ayuujk consiste en leer el territorio como un ente vivo del que somos parte, estamos a merced de sus ciclos y un movimiento fuerte de su lomo tiene la potencia de desaparecernos”, explica (infinitamente mejor que yo) Yásnaya Elena Aguilar para El País.

Así, los pueblos indígenas distan de nuestra concepción de propiedad privada, pues la Tierra se trabaja y cuida colectivamente, no se posee ni se explota. Su conocimiento y sus recursos son, al menos para mí, mucho más sofisticados que en Occidente. ¿Por qué? Porque, a diferencia de nosotros, han logrado vivir en armonía con su entorno, no lo han llevado (ni al resto del planeta) al borde del colapso. 

En palabras sencillas: la naturaleza no es, no ha sido, ni será para estos pueblos una fuente “inagotable” de mercancías. Nosotros, seguros y aferrados a la noción de que el humano está no sólo afuera, sino que por encima de la naturaleza, no podemos comprender que la resistencia de los pueblos indígenas al despojo de sus tierras es al mismo tiempo una lucha encarnizada y constante por su propia vida.

Dos ejemplos contundentes: primero, Canadá. Sí, ese país tan amado, reconocido a nivel mundial por su amabilidad, viene “amablemente” a explotar los minerales de las tierras que pertenecen a pueblos indígenas. 

Segundo, el Gobierno de México con su Tren Maya, que de Maya no tiene nada; de hecho, los pueblos indígenas que se están viendo afectados por esta construcción denunciaron que la “consulta” para echar andar el proyecto fue una mera farsa para poder saquear y destruir según lo que exija el sistema capitalista.

Aunque poco han tenido que ver con la crisis climática, siguen luchando para que el equilibrio natural regrese a su estado original. Repito, aunque su manera de trabajar la tierra y sus hábitos de consumo poco o nada tienen que ver con la crisis climática, el cuidado del 80% de la biodiversidad del planeta está en manos de los pueblos originarios.

La lucha es por los derechos humanos, por la dignidad, por la vida. ¿Te unes?

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