Autora: Arantza de Bergia

Editora y escritora

En octubre, las clases, particularmente las de Historia, se centran en la llegada de los europeos a nuestro continente a finales del siglo XV. Se le llama “El descubrimiento de América”, lo cual es irónico (por no decir incorrecto) porque esta tierra, América, ya estaba poblada por distintas naciones, tribus y pueblos muchísimos años antes de la llegada de Colón.

El 12 de octubre (de ahí que este mes esté plagado de una historia mal contada) se instituyó como el día para celebrar al héroe de Cristóbal Colón y aquellos valientes hombres que llegaron con él. Se nos educó para creer que la llegada de los europeos fue una suerte de salvación para las personas que llevaban miles de años poblando este extenso continente.

Se nos educó para celebrar la “fusión” de distintas culturas, fusión que decantó tiempo después en un hermosísimo proyecto de mestizaje. Fuimos educados para agradecer que los europeos llegaron a salvar a los pueblos originarios de guerras, sacrificios humanos, de hambruna, de su inherente salvajismo.

Celebramos que los europeos trajeron la verdadera cultura, que junto con ellos también desembarcó la grandiosa civilización.

La verdad es que los europeos trajeron consigo más muerte y saqueo que civilización y cultura. La mayor parte de los pueblos originarios, ya para la llegada de los conquistadores, habían creado un sistema político, cultural y económico bastante complejo.

Los europeos no llegaron a educar, porque educación ya había. Más bien, y basándonos en hechos históricos, los europeos llegaron a saquear y aniquilar todo lo que no estuviera relacionado con ellos.

En el caso particular de los conquistadores españoles, por ejemplo, hubo una pregunta central recién arribaron al continente: ¿Los indígenas tienen alma? En una primera instancia esta pregunta puede sonar incluso inofensiva, pero si nos despojamos de idealizaciones, las implicaciones han sido desgarradoras y sus efectos son aún muy notorios.

Preguntarse, en aquel entonces, si cierto sector poblacional tenía alma o no era de hecho debatir si estos “salvajes” deberían ser considerados como personas o no. La respuesta en ese momento, y parece que en nuestros días también, fue no.

Esto ha traído como consecuencia que las personas indígenas (categoría política para homogeneizar y borrar la pluralidad de pueblos originarios) no sean vistas como tal, como personas. Y ya está demás a estas alturas explicar los profundos y terribles efectos que trae consigo no ser considerado persona.

Otro ejemplo de por qué la Conquista fue más bien un genocidio: en el caso de lo que conocemos como Estados Unidos, 130 años después de la llegada de los ingleses los pueblos originarios habían perdido (a manos de los europeos) el 95% de su población.

Que los pueblos originarios celebraran la llegada de los europeos al continente sería como si celebráramos las múltiples fosas comunes que se encuentran con mucha frecuencia en México.

¿Cómo, o por qué, habríamos de celebrar la constante opresión a los pueblos indígenas? Por la fuerza del colonialismo un gran porcentaje de niñas y niños indígenas deben dejar atrás su lengua materna para aprender español, porque el proyecto educativo de nuestro país así lo indica.

Y lo peor: estas infancias, despojadas de sus tradiciones y cultura, tienen que leer y escuchar la glorificación de Cristóbal Colón, una de las personas que comenzó el casi exterminio de su ascendencia.

Festejar el 12 de octubre es festejar más de 500 años de violencia y opresión a los milenarios habitantes de esta tierra. Y también es insultante decir que hasta 1492 América fue descubierta cuando los pueblos originarios llevaban siglos poblando y construyendo desde el sur hasta el norte del continente.

Conmemorar el 12 de octubre como la fecha de inicio de la cultura en el continente es ignorar descaradamente todo el daño ocasionado por los europeos y sus consecuencias, que nos alcanzan hasta 2021.

Para la historia, escrita por “los ganadores”, hoy celebramos la unión de las culturas, el “hermanamiento” entre indígenas y europeos. La realidad es que para los pueblos originarios este hermanamiento implicó y sigue implicando persecución constante, violencia sexual, enfermedades mortales, esclavitud, robo de tierras, borrado de su cultura y lenguaje.

Para ellos, los olvidados, este “descubrimiento” ha implicado resistir su completa aniquilación, tanto en el sentido literal como en el metafórico.

Si queremos celebrar algo, celebremos precisamente la resistencia indígena que, contra todo pronóstico, ha logrado su objetivo: sobrevivir y preservar sus tradiciones. Celebremos que “los salvajes”, como a muchos les encanta llamarles, buscan justicia, no venganza.

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