Por: Omar E.M.

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En esta vida solamente algo es seguro, y eso es la muerte. Algo que une a toda la humanidad por igual sin distinción, clase social, género, raza, etc. Sin embargo, aunque para el resto del mundo solamente es el final del camino de una vida terrenal, para los mexicanos representa algo más que un simple adiós. 

El Mictlán, en la cosmovisión mexica, es el inframundo donde las almas de los difuntos hacen un arduo viaje después de la muerte. Los mexicas creían que el destino final de cada persona no dependía de su conducta en vida, sino de la forma en que murió. 

Aquellos que fallecían de manera natural emprendían un largo recorrido de cuatro años a través de nueve niveles llenos de desafíos, hasta llegar a su descanso eterno junto a Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, deidades del inframundo. 

Pasando los 4 años de desafíos continuos y un largo camino, los cuerpos de los difuntos, comienzan a conectar con aquello que vivieron, recuerdan sus historias y momentos vividos, por lo que ahora están en paz. 

Los nueve niveles del Mictlán

Antes de pasar al descanso eterno y poder regresar a la tierra de los vivos cómo marca la tradición cada 1 y 2 de noviembre, los cuerpos de los difuntos deben atravesar una serie de pruebas en las que sus cuerpos y almas son juzgadas para saber si merecen o no estar con los dioses.  

  • Itzcuintlan: el primer nivel, donde los difuntos encuentran un perro xoloitzcuintle que los ayudará a cruzar el río Apanohuacalhuia, esto siempre y cuando el difunto haya tratado bien a los animales.
  • Tepectli Monamictlan: aquí las almas pasan entre dos montañas que chocan constantemente, representando el sufrimiento físico. Aquí, los muertos deben encontrar el momento oportuno para cruzar y no ser aplastados.
  • Iztepetl: las almas suben una montaña cubierta de piedras filosas que desgarran su piel. No importa qué tan cuidadoso sea, tu piel se tendrá que desprender de tu cuerpo. 
  • Itzehecayan: un lugar lleno de vientos helados en donde siempre cae nieve que congela al espíritu, simbolizando la necesidad de fortaleza.
  • Paniecatlacayan: aquí el alma camina entre montañas que oscilan y caen, representando la superación del miedo. Además, la gravedad aquí no existe, por lo que los cuerpos viajan sin rumbo hasta pasar al siguiente nivel. 
  • Timiminaloayan: un campo donde los muertos son atravesados por flechas invisibles, símbolo de la purificación del alma.
  • Teocoyolcalco: las almas se enfrentan a bestias que intentan devorarlas, principalmente jaguares que abren el pecho y se comen el corazón. Un reto final para su purificación.
  • Izmictlan Apochcalolca: un río de aguas negras donde el difunto debe sumergirse, purificándose antes de su destino final. El alma del difunto se libera por completo del cuerpo.
  • Chicunamictlán: el último nivel, donde las almas descansan junto a Mictlantecuhtli. Una vez atravesadas las aguas de Chiconauhhapan, los cuerpos se liberan de todo dolor, dando la esencia de la muerte. 

Durante el Día de Muertos, las ofrendas y altares buscan honrar a las almas que emprendieron este viaje hacia el Mictlán. Cada elemento del altar, como la flor de cempasúchil y el incienso, simboliza guías para ayudar a los muertos en su travesía. 

Además, el recuerdo de los seres queridos se convierte en un acto de amor que mantiene viva la conexión entre los vivos y aquellos que completaron su recorrido en el inframundo. Esta tradición recuerda que la muerte es solo una etapa de transformación y unión espiritual, donde cada ofrenda ayuda a las almas a encontrar paz y un lugar eterno en el recuerdo de sus seres queridos.