Por: Isaías ML

@Pistorey

Ayer volví al cine para ver Interestelar en su reestreno por el décimo aniversario. Obviamente no tengo que decirlo, pero lo haré, que fue un caos buscar boleto en Cinépolis, porque prácticamente todo estaba agotado, hasta que encontré un boleto huerfanito en Plaza Universidad. 

Desde la primera vez que la vi, la película me impresionó por su mezcla de ciencia, emoción y filosofía, pero esta vez, quizá porque han pasado años y el mundo parece más impredecible que nunca, salí del cine con una pregunta rondando mi mente: ¿estamos realmente solos en el universo?

La inmensidad del cosmos que plantea la película, con sus agujeros de gusano, mundos desconocidos y dimensiones más allá de nuestra comprensión, inevitablemente lleva a cuestionarnos sobre nuestra propia existencia. 

Sabemos que hay miles de millones de galaxias, cada una con miles de millones de estrellas y planetas. Las probabilidades de que la vida sea exclusiva de la Tierra parecen absurdamente pequeñas. Entonces, ¿por qué nunca hemos encontrado evidencia concluyente de otras formas de vida?

Tal vez otros seres, si es que existen, ya nos han encontrado, pero prefieren observarnos desde la distancia. Podrían considerarnos demasiado primitivos, como si estuviéramos en una etapa evolutiva incapaz de comprender su nivel de desarrollo. Al fin y al cabo, nuestra historia está llena de conflictos, egocentrismos y la incapacidad de convivir con quienes son diferentes a nosotros. 

¿Cómo reaccionaríamos ante una civilización extraterrestre si ni siquiera hemos aprendido a aceptarnos como humanidad?

Otra posibilidad es que, para ellos, no seamos más que un detalle insignificante en la vastedad del universo. Así como nosotros ignoramos por completo las vidas microscópicas que existen bajo nuestros pies, quizá esos seres avanzados no encuentran ningún interés en establecer contacto con una especie que aún está intentando comprender conceptos básicos del cosmos. 

O tal vez están esperando a que alcancemos cierto nivel de madurez tecnológica y social para considerarnos dignos de interactuar.

También existe la opción más aterradora: que nuestra soledad sea real y que no haya nadie más allá de nosotros. Pero si eso fuera cierto, ¿no deberíamos entonces asumir una mayor responsabilidad por cuidar este pequeño rincón del universo que tenemos? ¿No deberíamos esforzarnos más por comprender y proteger lo que hemos logrado?

Interestelar no da respuestas definitivas, pero nos obliga a reflexionar sobre la conexión entre la ciencia, la humanidad y el universo. Quizá el contacto extraterrestre sea algo que no dependa solo de ellos, sino de nuestra capacidad para mirar hacia afuera sin dejar de cuestionar lo que ocurre dentro de nosotros mismos. 

Por ahora, la pregunta sigue abierta: ¿estamos realmente solos o simplemente no hemos aprendido a escuchar?