Por: Isaías ML
@Pistorey
Vivimos en una era donde el ruido es constante. Las marcas, los productos, los servicios y hasta las personas compiten por segundos de atención en una pantalla. En este contexto, el marketing dejó de ser una herramienta opcional para convertirse en un músculo vital. Sin marketing, una gran idea puede morir en el olvido. Un buen producto puede quedarse empolvado en una bodega. Una empresa puede tener todo, menos clientes.
El marketing importa porque conecta. No se trata solo de vender, sino de comunicar. Es el puente entre lo que ofreces y lo que la gente necesita (o cree necesitar). Es la forma de contar una historia, de emocionar, de hacer que alguien se sienta visto, escuchado, identificado. Una buena campaña puede convertir una marca en parte de la cultura popular. Una mala estrategia puede hundir hasta al mejor producto.
Además, el marketing es la voz de una empresa. Es su personalidad, su tono, su estética. Es la forma en la que se planta en el mundo y dice “aquí estoy”. Hoy no basta con tener calidad; hay que saber comunicarla, hay que hacerla deseable, hay que volverla parte de una experiencia. Y eso solo se logra con una visión clara de marketing.
Pero también es estrategia. No es solo creatividad; es análisis, datos, comportamiento del consumidor, tendencias, segmentación. Es conocer al cliente más de lo que él mismo se conoce. Saber qué quiere antes de que lo pida. Saber cómo, cuándo y dónde decirle algo para que escuche.
En un entorno tan competitivo y veloz como el actual, quien no invierte en marketing se está condenando a la invisibilidad. Las ideas no venden solas. El talento no se descubre por arte de magia. El marketing es el mapa, la brújula y, muchas veces, el timón.
Por eso, más que importante, el marketing es esencial. Porque en un mundo saturado de opciones, solo gana quien sabe destacarse. Y destacarse no es suerte, es estrategia, narrativa y conexión. Eso es marketing. Y sin marketing, no hay mañana.