En los últimos años, las redes sociales se han convertido en un espacio donde la opinión pública tiene un poder inmenso. Basta una publicación, un comentario fuera de lugar o una acción cuestionable para que una persona, marca o figura pública sea “cancelada”. Lo que comenzó como un movimiento de rendición de cuentas se ha convertido, en muchos casos, en una dinámica compleja que mezcla justicia, presión colectiva y venganza digital.

La llamada cultura del cancel surgió como una forma de denunciar comportamientos dañinos, abusos de poder o actitudes discriminatorias. En su origen, tenía un sentido de justicia social: dar voz a quienes antes no eran escuchados y exigir responsabilidad a quienes tenían influencia. Sin embargo, con el tiempo, esta herramienta se volvió más difusa, llegando a castigar sin matices, sin espacio para el diálogo ni para el aprendizaje.

En internet, los juicios se hacen en tiempo real y sin derecho a réplica. La viralidad amplifica los errores y, en cuestión de horas, una persona puede pasar de ser admirada a ser rechazada masivamente. El problema no es señalar el daño, sino hacerlo desde la ira colectiva, donde muchas veces se pierde la intención original: promover el cambio.

Además, la cultura de la cancelación refleja una paradoja. Por un lado, exige responsabilidad; por otro, no permite redención. En lugar de abrir conversaciones, las cierra. En lugar de enseñar, castiga. Y en lugar de construir, destruye. Esto plantea una pregunta importante: ¿de verdad estamos cambiando comportamientos, o solo buscando culpables para sentirnos moralmente correctos?

La verdadera transformación social requiere más que señalar; necesita diálogo, empatía y educación. No se trata de justificar errores, sino de entender que las personas —famosas o no— también pueden aprender, evolucionar y reparar el daño.

La justicia digital sin compasión puede convertirse en otra forma de violencia. Quizá el reto está en usar la fuerza colectiva no para cancelar, sino para construir espacios donde se pueda hablar, asumir y mejorar. Porque el cambio genuino no nace del miedo a ser juzgado, sino del deseo de hacerlo mejor.

Por : Andy I.