Durante todo el transcurso de nuestra vida, se nos ha enseñado cuál es el deber ser de un hombre y de una mujer. Crecemos con roles de género impuestos que nos empujan a construirnos ideales, mayormente inalcanzables, de lo que deberíamos de ser para poder encajar en la sociedad. 

Con el tiempo me he dado cuenta que para los hombres cisgenero, mayormente blancos, les es sumamente difícil deconstruir la idea de lo que un hombre debe ser. Parece que la idea de modificar algo en la ecuación de identidad masculina les resulta escalofriante. Esta reacción siempre me ha intrigado hasta el punto de rascar hasta donde no debo y acabó en malos términos con los sujetos que cuestión, supongo que poner en duda la realidad de las personas no es agradable para ellas. 

¿Qué es un hombre?

Desde que nacemos, nos asignan una identidad basada en el género y, con ella, un conjunto de expectativas que dictan cómo debemos comportarnos para encajar en la sociedad. Para los hombres, estas expectativas han sido particularmente rígidas: fortaleza, valentía, dominio y éxito son algunos de los atributos que tradicionalmente han definido la masculinidad. Sin embargo, ¿qué significa realmente ser un hombre?

La RAE define “hombre” en dos sentidos: como “ser animado racional, varón o mujer” y como “varón que tiene las cualidades consideradas masculinas por excelencia”. Mientras que la primera acepción parece más neutral, la segunda introduce una idea problemática: la masculinidad como un conjunto de cualidades específicas que deben cumplirse para merecer la identidad de “hombre”.

La masculinidad como un estándar impuesto

Si analizamos el concepto de masculinidad desde un punto de vista social, podemos notar que no se trata solo de una cuestión biológica, sino de una construcción cultural que varía con el tiempo y el contexto. En muchos espacios, ser un hombre implica validar constantemente la propia identidad a través de la mirada de los demás. ¿Eres lo suficientemente fuerte? ¿Lo suficientemente exitoso? ¿Controlas tus emociones? Estas preguntas actúan como filtros invisibles que determinan quién es aceptado como un “verdadero hombre” y quién no.

Este estándar puede ser particularmente difícil de desafiar, sobre todo para los hombres cisgénero y, en muchos casos, blancos. Modificar la ecuación de identidad masculina se percibe como una amenaza al orden establecido, lo que genera resistencia, incomodidad e incluso hostilidad. Cuestionar lo que significa ser hombre es, para muchos, cuestionar la propia existencia.

La incomodidad de cuestionar la identidad masculina

Mi interés por este tema me ha llevado a conversaciones que, en ocasiones, han terminado en confrontaciones. Poner en duda la realidad de una persona nunca es un proceso sencillo. Cuando planteo preguntas sobre la masculinidad, la reacción que recibo suele estar cargada de incomodidad, e incluso enojo. Es como si abrir la posibilidad de que la masculinidad no sea un concepto fijo e inmutable generara una sensación de vértigo.

El tema volvió a resonar en mi cabeza tras ver El público de Federico García Lorca, donde se cuestiona constantemente qué significa ser un hombre. Inspiradx por esta inquietud, decidí hacer una pequeña encuesta en la que 10 hombres compartieron su propia definición de lo que significa “ser un hombre”.

En los siguientes apartados, exploraremos sus respuestas y analizaremos cómo la masculinidad se construye, se moldea y, en algunos casos, se impone. ¿Es posible repensar lo que significa ser un hombre? ¿Podemos imaginar una masculinidad que no esté cimentada en el miedo a perder el estatus?

“Resolver en cualquier sentido” 

Parece ser que la idea de ser un hombre se sostiene principalmente de tener la capacidad de resolver problemas físicos, mentales, económicos, materiales, sin la ayuda de nadie. La idea de “dar y hacer todo” por la familia o pareja es algo que, al parecer para la mayoría, le da valor a un hombre. De igual manera, se pueden destacar comentarios como “trabajar, proveer y soportar” o “aguantar los chingadazos de la vida y seguir”, en donde parece ser que un hombre debe poder cumplir con los estándares tradicionales.

Lo primero que puedo destacar de este ideal es que fue impuesto de alguna manera en su educación temprana, también me parece muy interesante que se agregue la palabra “valor” cuando jamás se preguntó algo relacionado a este concepto. ¿Qué es un hombre de valor? ¿Ese valor lo define cada individuo o se basa en más imposiciones sociales? Algo destacable de este ejercicio es que esto no solo pasa con un hombre en especifico, sino con la mayoría de los encuestados. Al parecer el éxito y el valor son conceptos hilados de forma, al parecer innata, al concepto de hombre. 

“Creo que es una cantidad absurda de atributos impuestos por otros hombres”

Esta afirmación resuena con una de las mayores contradicciones de la masculinidad tradicional: la constante necesidad de validación por parte de otros hombres. En un sistema en el que la hombría se mide en función de atributos impuestos, cualquier desviación de la norma es castigada con el rechazo o la burla.

Los resultados de la encuesta muestran que, para muchos, ser un hombre está ligado al sacrificio, la autosuficiencia y la resistencia. La fortaleza física y emocional sigue siendo un pilar central de la identidad masculina. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue que algunos encuestados mencionaron sentirse atrapados por estas mismas expectativas. La presión de demostrar constantemente que son “suficientemente hombres” los ha llevado a esconder sus emociones, evitar pedir ayuda y mantenerse dentro de un molde que no siempre les resulta cómodo.

¿Es posible escapar de este ideal del deber ser? La respuesta no es sencilla. La deconstrucción de la masculinidad no ocurre de la noche a la mañana, y requiere no solo cuestionar los estándares impuestos, sino también permitirse vulnerabilidad y flexibilidad. Para muchos hombres, esto significa despojarse de un escudo que han llevado toda su vida, enfrentarse al miedo de ser vistos como débiles o insuficientes. Pero si algo demuestra este ejercicio es que el cambio es posible, aunque incómodo.

La masculinidad no tiene por qué ser una prisión. Podemos imaginar un concepto de hombre que no esté basado en la negación de la emoción, en la dureza inquebrantable o en la competencia constante. Se trata de una construcción social, y como tal, puede transformarse. La verdadera pregunta es: ¿estamos listos para aceptar nuevas formas de ser hombres sin miedo al qué dirán?

Tal vez, el primer paso es reconocer que la identidad no debería estar cimentada en el sufrimiento ni en la validación externa, sino en la posibilidad de ser uno mismo, sin miedo a romper con lo establecido.