Toluca es una de las ciudades más frías en el país, al mismo tiempo está llena de personas que difícilmente son amables entre ellas. La verdad es que voy en contadas ocasiones desde que me mude a la ciudad, me resulta ajeno el aire que se respira allá.

Mi familia aún guarda esbozos de sus orígenes en tierra caliente, a pesar de haber vivido tanto tiempo en esta ciudad helada. Una de las formas más eficientes que usan para no perder el sabor, es escuchar salsa, cumbia y chile frito. Recuerdo que cuando era niña y viajamos hacía Acapulco cada tres meses, la carretera se inundaba de las voces de Willie Colón, Margarita y el Grupo Niche. A mi no me gustaba, hasta que crecí y comprendí que es mejor despertar y bailar que ponerte a llorar.

Cuando llegan oportunidades de bailar estos ritmos y ver a grupos en vivo, en la bella Toluca, es algo que mi mamá y yo no podemos desaprovechar. El sábado 15 de febrero, el Grupo Niche se presentó en un salón de la calle Vicente Guerrero y yo me arreglé como pude para poder poner mis pies en el piso de baile. Pedimos un taxi que nos llevará al lugar, ver pasar la ciudad entre la oscuridad fue regresar a un lugar que ya no existe y me sentí afortunada de poder tocar la nostalgia de una forma tan directa. 

La calle desapareció tras una puerta que nos hizo entrar en un espacio negro y borroso, donde la noción del tiempo dejo de existir y las almas toluqueñas comenzaban a dejar la idea de tener una cara seria todo el tiempo. El mezcal que pedimos nos calentó el cuerpo de a poco y los chismes acumulados casi se gritaban entre la música de fiesta que se escuchaba en el lugar. 

 De a poco la pista empezó a romperse, se escuchaban de fondo éxitos variados de cumbia mientras frente a nosotras se proyectan videos musicales que empecé a cuestionar. De un momento a otro, seis personas subieron al escenario hasta ese momento desierto y todo el mundo comenzó a bailar. Me gusta pensar que, ante el entumecimiento de un corazón congelado, la gente de Toluca decide bailar salsa para romper las capas gruesas de hielo que les habitan. 

Parecía que todo Toluca había abandonado sus trajes grises para vestirse de sabor y disfrutar la noche, de pronto vi a el rey de la pista bailar frente a mi. Un hombre moreno y de cabello chino, bailaba de forma majestuosa mientras una mujer a su lado sonreía. De verlo solo me puse feliz y cuando comenzó a sonar “Sin sentimientos” me toco el hombro por la parte de atrás, volteé y solo leí sus labios decir ¿bailamos?, sin pensarlo accedí. Sintiendo la canción, cantando y dejándome guiar por unas manos casi divinas a la hora de bailar, sentí que volví a nacer.

Tu no sabes de eso

Pa’ que sirve eso

Tu no sabes querer

El rey de la pista me pidió que sintiera la música, que fluyera un poco más con sus manos y me permitirá mover los pies a un ritmo más despacio. 

Estoy pensando

en amarte una vez más

pero mi corazón

dice que no

dice que no

Le seguí y mi corazón se sintió lleno, la presión que esa pieza musical me hacía sentir en el pecho se liberó por mis pies y las lágrimas se convirtieron en sonrisas que no pude detener en toda la noche. Mi madre sonreía y cantaba de forma ruidosa al mismo tiempo, creo que vio como el dolor se liberó de mi cuerpo mientras daba vueltas en la pista de baile mientras los instrumentos sonaban de forma sincronizada. 

Regresé a mi asiento y tomé un sorbo de mezcal, me dispuse a disfrutar de la música y ver el espectáculo de todas las personas que se dejaban llevar por el ritmo más vivo del planeta. 

Cuando menos me di cuenta, la noche había terminado y sin saber estaba fuera de ese agujero negro sin tiempo y espacio, en la fria realidad. De regreso en el taxi que me sacaba del espacio perdido de la salsa en Toluca, la nostalgia de ya no pertenecer a esas calles me volvió a invadir. 

Desde ese día, el tiempo no tiene sentido y la música se escucha igual. Me parece triste el hecho de no poderme quedar a vivir ahí, en ese momento, en ese espacio perdido en donde el dolor se disolvió y yo pude volver a sonreír como nunca antes.