Por: Isaías ML

@Pistorey

Cada vez que entro a un espacio público, me doy cuenta de lo mismo: el silencio ha desaparecido. No me refiero solo al sonido físico, al ruido de los coches, los altavoces o los teléfonos sonando en altavoz como si todos tuviéramos que escuchar la videollamada de alguien. Me refiero también al silencio interno, al derecho a no tener que estar opinando todo el tiempo, al derecho a no decir nada.

Parece que vivimos en una cultura donde todo se tiene que llenar con palabras, ideas, posturas. Redes sociales que nos empujan a tener una opinión inmediata sobre cada tragedia, cada meme, cada escándalo. Ya no se puede simplemente observar, digerir, dejar que algo madure en la mente antes de emitir un juicio. El silencio, la pausa, el no saber qué pensar todavía, se interpretan como indiferencia o debilidad.

Incluso en las conversaciones cotidianas, uno siente la presión de llenar los espacios con algo. Hay gente que ya no sabe estar sin hablar, como si el silencio fuera incómodo, peligroso. Pero ¿por qué? ¿Por qué nos da tanto miedo estar callados un rato? ¿Por qué creemos que todo momento necesita una opinión o una explicación?

Me preocupa que eso esté afectando nuestra forma de pensar. Las ideas necesitan tiempo. El silencio es parte del pensamiento. Si no dejamos espacio, solo reaccionamos. Y reaccionar no es lo mismo que reflexionar. Cuando uno está todo el tiempo hablando, escribiendo, compartiendo, ¿en qué momento realmente está entendiendo?

Quizá por eso la gente se siente tan cansada todo el tiempo. No es solo el trabajo, la vida, las rutinas. Es esta obligación invisible de estar siempre emitiendo algo, como si el valor de una persona dependiera de cuántas palabras produce al día. Yo creo que no. Yo creo que hay algo muy valioso en saber quedarse callado. En estar presente sin tener que llenar el aire.

El silencio debería recuperarse. Como derecho, como espacio, como decisión. No todo se tiene que responder en el instante. No todo se tiene que compartir. Y no todo silencio es vacío; a veces, es lo más lleno que hay.